Primer Cuento: ¿De dónde ha salido esta herida?
- diciembre 21, 2015
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- Unknown
Recuerdo haber estado de pie, justo en la parada de aquel bus. Una tarde en la que el clima decidió apoderarse de la ciudad, una tarde en que salir a la calle significaba encontrarse con manifestaciones y trancas, una tarde en la que esta bella ciudad solo podría describirse con una palabra caótica. Esa era la palabra que había elegido para representar aquel día, sin imaginarme lo que estaba a punto de descubrir.
Recuerdo
haber estado esperando en aquella parada, empapado, friolento pero esperanzado.
Solo había una razón para mantener aquella calidez en mi corazón. Estaba camino a nuestro encuentro. Con mucha
emoción pensaba
– ¡Te veré!
Ansiaba sentir
su cálido abrazo, ver su sonrisa y escuchar un me gusta verte el cual hacía pasar por un te extraño.
No sé qué
ocurría por mi mente, donde todo esto sucedía y me motivaba a cruzar media
ciudad. En el camino hacia nuestro encuentro, en un pequeño local ubicado al
este de Caracas, con un estilo pomposo y ochentero. Solo podía pensar en las
pocas horas que restantes antes de ver ese dulce temple. Ignorando lo que
ocurría a mi alrededor, la señora que se quejaba de la juventud, de esa
juventud que poco a poco se iba alejando y que en su expresión se podía notar;
el señor a mi izquierda que hablaba sin censura sobre la situación del país;
dos estudiantes empapados contando su experiencia en las manifestaciones de
aquel 15 de abril. Y por último, mi persona, postrado en la ventana empañada de
aquel bus, lleno de emociones y nervioso por verle. Al
llegar a la cafetería mis nervios estaban a punto de estallar.
- ¿Acaso estaba presentable? Era en todo
en lo que podía pensar. Ya hacían varios meses desde que habíamos comenzado a
salir, pero incluso en ese punto me
seguía cuestionando sobre lo que pasaba entre nosotros.
Esto suele
ocurrirme, sabotear mi propia felicidad. Es como si la sola sensación de amar
se apoderara de mis nervios, y la falta de experiencia en el área me susurrara
al oído
- ¡Vete! vas a salir herido, no puedes hacerte
esto a ti mismo.
Cuando estaba a punto de dejar aquel lugar, sentí
la vibración de mi teléfono y al descubrir su nombre en la pantalla una ráfaga
de esperanza lleno mi cuerpo por completo, aunque un poco dudoso fui capaz de
controlarme y contestar aquella llamada. ¡Eras tú! Comentando que ya habías
llegado pero que te había atrasado una bella persona esperando en el
estacionamiento, no pudiste dejar de verla, vislumbrar su tierna cara, a pesar
de estar empapada y que ésta estuviera entorpecida por varios cabellos
enrulados.
–Estoy aquí,
justo detrás de ti, no pude evitarlo, pararme y verte, eres muy dulce y, aunque
no suelo decirlo, me parece adorable ver tu sonrisa nerviosa y tu nariz
respingona.
Fui
capaz de esbozar una sonrisa y abrazarle, sintiendo el rubor incrementándose en
mis mejillas, sintiendo poco a poco ese calor que me impulsó a llegar hasta
aquel lejano sitio. Pero de nuevo mis nervios atacaron y las primeras palabras
que produje fueron
– Debo irme, me preocupa no poder regresar a
mi casa, me preocupa lo que te pueda ocurrir si llegas muy tarde.
Mientras tú
con esa calma que siempre manifestabas respondiste:
– No te
preocupes, llegamos hasta aquí, lo menos que podemos hacer es estar un rato
juntos, compartir un rico batido y hablar sobre nuestra semana, no nos vemos
muy seguido, disfrutemos estas pocas horas.
Con una pausa
un poco forzada se animó a comentar:
– No me importa llegar tarde al trabajo, está
bien si logré verte hoy…
Luego me
apretó en sus fuertes brazos, me miró y descubrió mi cara bajo aquellos rulos
empapados. Terminamos
por sentarnos en la cafetería ochentera, muy pintoresca pero aun así faltaba
algo. Sí, faltaban personas, pero con aquel clima y la situación de incertidumbre
que se vivía en la ciudad, cómo podría culpar a alguien por quedarse
resguardado en su casa. Tras diez
minutos de deliberación y preocupación por mi parte sobre si podría ingerir
aquella malteada, mortal para aquella persona por su condición, salió
victoriosa por una mirada enternecedora.
Pensé tras esa mirada que todo estaría bien, mientras sus niveles de
azúcar se mantuvieran estables.
Conversamos,
reímos y nos preocupamos. Tras varios minutos decidí entregarle un pequeño
proyecto en el que estaba trabajando, nada muy elaborado, solo el instrumento
que tras varias semanas había estado diseñando, un instrumento para medir la
personalidad… “nada muy elaborado” que
poca modestia de mi parte. No importaba cual fuese el objetivo de aquella prueba,
tampoco que fuese parte de las otras 299 personas a las cuales iba destinada,
tampoco era de importancia mi labor como constructor de la prueba. Debido a lo
metódico que supone construir una prueba psicométrica, mi labor en cuanto a la
estandarización debía ser rigurosa. Sin embargo, solo importaba la persona que la estaba
llenando. Su curiosidad era tal que fue incapaz de pasar más de dos ítems sin
preguntarme que significaba o sin darme su opinión acerca de la prueba. Su
curiosidad y ansías de conocimiento, a mi parecer, eran enternecedoras. Pero ya
para aquel momento estaba sesgado por mis sentimientos.
Disponíamos
de solo dos o quizás tres horas para compartir, sin darme cuenta el tiempo hizo
de las suyas y cuando nos fijamos por la ventana reinaba una temerosa
oscuridad. No era solo un noche cualquiera, esta era diferente en muchas
formas. Si observabas con detenimiento no serias capaz de visualizar más allá
de la primera esquina. Era extraño, como si el resplandor de la ciudad hubiese
sido tomado por algún villano. La sensación de estar solos en esa inmensidad me
atemorizaba. La idea de pensar en que debía caminar hacia su trabajo sólo en
esa enorme oscuridad probablemente se debió haber notado en mi temple ya que lo
primero que hizo al salir del local fue tomar mi mano y decir:
–Todo está
bien. Pero dentro de mí, muy en lo profundo de mí ser, sabía que esto no era
así, que había algo diferente.
Caminamos
juntos hacia la parada del bus, sin producir el más mínimo ruido. Al llegar a
la parada sentí sus brazos a mí alrededor, pero esa vez fue completamente
diferente al que me había dado unas horas antes en nuestro encuentro. Este fue
frio, distante y se sintió en muchas formas como una despedida. Ocurrió tan
rápido debido a la llegada del bus que no tuve tiempo de procesar lo que estaba
sintiendo, sin más que decir me despedí con un beso en la mejilla y me aparté
hacia la entrada de aquel bus.
Tardé
alrededor de 1 hora en llegar a mi casa, pero se sintió como una eternidad.
¿Qué era lo que había pasado? ¿Por qué de repente comencé a sentir esta
profunda tristeza? ¿Fue real, todo terminó y no tuvo el valor de decírmelo?
esas preguntas rondaron mi cabeza durante lo que a mi parecer fue mucho más que
una simple hora.
Ese día supe
que tenía que darlo por terminado, cualquier cosa que fuera lo que debía de
terminar, no sabía cómo sentirme ni cómo reaccionar. Tenía esa sensación en mi
interior, una sensación de vacío, fue como si su tacto pudiera comunicarme todo
lo que sus palabras no pudieron pronunciar. No repare mucho en aquella
sensación y decidí subir hasta mi casa. Al llegar sentí un fuerte abrazo de mi
madre, quien estuvo preocupada por mi ausencia durante toda la tarde. Me miró a
la cara pero yo no fui capaz de disimular lo ocurrido, ella con ese sentido
agudo que poseen las madres, reparó en mi expresión y me dijo
–Acuéstate, estoy segura que mañana podrás
contarme, déjate llevar por ese maravilloso mundo que te permiten los sueños.
Hablamos por la mañana. Se despidió con un cálido beso en mi frente.
Intenté
mantener la poca cordura que me quedaba, disimulé lo más que pude mi pesar.
Lentamente comencé a quitarme la ropa, aún húmeda y reparé en lo delicada que
era mi piel, había varias líneas de dolor, líneas rojas que surcaban mis
brazos, bajaban por mi espalda hasta llegar a mi cintura. En ese momento fue
cuando comencé a sentir ese dolor corporal, no entendía que estaba ocurriendo y
sin darle mayor importancia decidí tomar una ducha caliente.
Pensé
en aquel momento que el vapor se llevaría todos mis problemas, pero fue en ese
instante, estando parado debajo de la regadera, en el que no pude aguantar más,
me desmoroné en aquella ducha, y el vapor solo permitió que mis lágrimas recorrieran
con pesar mis mejillas. A pesar de comprender lo que estaba pasando, pensaba
que era lo mejor, llorar y dejar ir ese sentimiento, ser vulnerable por una
noche. Y así fue como terminé esa noche, con la sensación de vacío y sin la
calidez que me acompañaba al salir de mi casa...
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